Este blog nació hace ya más de 5 años como un espacio donde contaba historias que me ocurrían en mi práctica clínica diaria en neurorehabilitación. La idea era contar historias de la vida diaria para compartir con otras personas, todo aquello que me ocurría, bien dentro de mis sesiones de tratamiento, bien en mi día a día y que tenían que ver con aspectos interesantes del cerebro. La idea era crear un blog basado en lo cotidiano, lejos de conceptos teóricos, que llamara a centrar la atención en aquello en lo que no nos solemos fijar y, desde ahí, que cada uno gestionara su reflexión por lo derroteros que prefiriera (habría quien acabará rastreando Pubmed y otros que se pondrían experimentar en su entorno).
Hoy os traigo otra de esas historias que me recuerdan a las primeras que escribía.
Esta semana mi coche se averió. Al ser festivo en España no tenía posibilidad de llevarlo a un taller por lo que me prestaron uno para poder desplazarme. Me avisaron: «lo único es que el coche es automático«. No lo pensé mucho en ese momento. Me avisaron que la conducción era distinta y que me podía notar raro. Jamás había conducido un coche automático por lo que tenía mucho interés en cómo tenía que conducir este tipo de coche.
Pasamos un buen rato hablando sobre los coches automáticos. Recibí experiencias acerca de cómo conducirlo. Incluso, en algún momento simulamos la conducción de uno dado que a mi hija le hacía gracia la situación. Podríamos decir que de un modo teórico, me estuve entrenando para ello.
Al día siguiente tuve que salir por la mañana de casa y cogí el coche que me habían prestado. La dueña del coche vino conmigo. Me senté en el mismo y comencé a sentirme raro. Arranqué y todo fue un mar de dudas. Sin quererlo, mi pie izquierdo se lanzaba a manejar los pedales en una lucha por coordinarse con el derecho. Gran error. La dueña del coche no paraba de insistirme en que no usara ese pie. Mi mano derecha intentaba modificar las marchas de manera inconsciente. la dueña del coche me insistía en que esa mano no hacia falta que la usara. Vino el agobio. Mi cerebro automatizado con la conducción de un coche con marchas manuales, no era capaz de inhibir esas reacciones y era incapaz de hacer un acto que en mi cabeza estaba clarísima la forma de ejecutar. Allí estaba, anclado al asfalto, dudando y sin ser capaz de resolver algo que tenía aparente fácil solución. A ello hay que añadir una sensación de cierto ridículo al ver que no estaba siendo capaz de ejecutar algo que la otra persona esperaba de mi, haciendo perder su tiempo y, en definitiva, «dando el espectáculo».
Tome la decisión de que lo mejor era avanzar, comenzar a rodar y coger destreza por el camino. No había andado más de 20 metros cuando mi pie izquierdo me jugó una mala pasada y entró en juego, lo que hizo que el coche quedara anclado. Intentaba salir de ahí pero no era capaz. Mi cerebro era un mar de ejecución de movimientos motores perseverantes, sin ningún sentido, mientras un pitido me avisaba que un conductor había perdido su paciente y necesitaba pasar y continuar con su vida. Una sensación de agobio y frustración me empezó a llenar. Eché de menos que la dueña del coche estuviera ahí para sacarme del atolladero. Me sentí a punto de explotar. Por un segundo, un pensamiento vino a mi. Me clamé. Comencé de cero, recordé los pasos a seguir y conseguí rodar el coche. Avanzaba, me movía. A medida que me tranquilizaba el coche se movía con más soltura. Decidí mover por una calle poco transitada y amplia para coger manejo. Poco a poco vi como dominaba mi pie izquierdo y mi mano derecha ya no interfería. La sensación de conducir volvió a mi (no os había contado que me fascina conducir). Llegó un momento en que sonreí, me sentí feliz por la victoria. Transité por calles con más acumulación de coches. incluso, en un momento dado me aventuré a aparcar en sitios complicados. En ese momento sentí que una cancela interior se había roto. Llegué a casa enchido por la victoria.
Una vez dejé el coche me dió por pensar en los procesos por los que atraviesan las personas a las que ofrecemos tratamientos de neurorehabilitación. Tratamos de trabajar procesos que para ellos estaban totalmente automatizados pero, hoy, suponían un reto enorme. Cosas que hacemos de manera normalizada y que pueden suponer un autentico rompecabezas. Hay veces que hasta nos cuesta comprender como una lesión en el cerebro puede generar esas dificultades.
Sin duda esta experiencia me ha valido para obtener unas reflexiones muy valiosas que os quería compartir:
- Podría ser poco útil planificar un proceso de forma teórica sin darle funcionalidad. En mi caso me estuvieron dando instrucciones la tarde anterior que me fueron poco útiles. Hasta el mismo momento en que no me puse a práctica de manera «real» no fui verdaderamente consciente de lo que hay que hacer. Muchas veces planificamos tareas muy alejadas de la realidad y me cuestiono que eso pueda tener alguna utilidad.
- Es importante un acompañamiento respetuoso. Si hubiera tenido a una persona a mi lado en el momento en que me frustres que, como mínimo de manera no verbal, me hubiera transmitido cualquier gesto de desaprobación, eso hubiera favorecido que cayera más en el error y que me hubiera agobiado más. Creo que el acompañamiento de las personas con las que trabajamos no solo ha de ser respetuoso sino que, también, debe transmitir seguridad. Añadir que hay que acompañar y guiar dejando hacer, ya que si una persona hubiera solucionado mi problema no habría sido capaz de aprender. pues eso, acompañar, dar seguridad y saber dejar actuar hasta que no se pueda más (en el momento en la «hubiera liado parda» con el coche hubiera sido bueno que alguien me rescatara).
- El entrenamiento adaptado es una propuesta altamente eficaz. Si algo he aprendido es que he tenido que ir poco a poco, enfrentándome a escenarios de diferente dificultad. SI me hubieran soltando con el coche en medio de una calle de Madrid enormemente transitada es posible que no lo hubiera conseguido pero la posibilidad de ir entrenando de forma progresiva me ha ido asegurando un exito que me ha hecho sentirme cómodo e ir decidiendo en qué momento estaba preparado para dar el siguiente paso. Es importante que vayamos escalonando las tareas, todas ellas funcionales, para que las personas que tratamiento vayan llegando a la meta aprendiendo pero pudiendo manejar su frustración experimentando de manera cómoda y sintiendo seguros.
- Úsalo o piérdelo, y mejóralo. Queda claro que hay que implementar tareas funcionales y reales para poder aprender. Las situaciones d elaboratorio podrían ser útil para comenzar a prepararnos pero hay que a la vida real. Desde hace varios años trabajo en los entornos de las personas. Es allí donde surgen todas sus dificultades. Es allí donde hay que buscar soluciones a sus problemas. Analizo los problemas, los divido en subprocesos, veo qué hay que trabajar y les voy regalando propuestas de funcionalidad, siempre teniendo clara la meta de la vida real. De poco valdría que con una persona con disfagia esté todo el día teorizando sobre una forma de tragar e imitando los posibles movimientos si no trabajamos (siempre de forma segura) el mecanismo real. El terapeuta es esa persona que propone tareas adaptadas, seguras y confortables que suponen un puente para que la persona recupere una situación normalizada teniendo en cuenta su realidad y el entorno que le rodea. El terapeuta tiene la capacidad de crear un escalera como minipeldaños que le lleve a la persona a alcanzar su meta de manera progresiva.
- Una vez que lo has conseguido te vienes arriba. He de reconocer que he rulado más de la cuenta con el coche. En el momento en que he recuperado la sensación de conducción no había quien me parara. Me ha recordado a esa sensación en la que la persona a alcanzado un nuevo peldaño de su escalera de la readaptación y no ha parado de repetir algo que ha recuperado. Me parece un momento necesario que ayuda a afianzar todo. Esa motivación que te permite decirle al mundo que te fuiste un momento pero has vuelto.
- No hay que olvidar que tenemos que seguir haciendo pedagogía de que hay gente que necesita tiempo. La sociedad tiene que saber y conocer que existen ciertas dificultades que hace que haya que dejar el piloto automático por un momento, dar tiempo y no perder la paciencia. Esa sensación en la que la gente me pitaba mientras yo necesitaba poner en orden mi cerebro me lo recordó. A veces es más rápido dar tiempo y dejar que la persona se organice que presionarle.
Espero que mi reflexiones os hayan sido útiles. SI alguien quieire compartir algo quedo a vuestra disposición en la dirección logocerebral@gmail.com
Gracias por leerme