Hoy me gustaría centrarme en algo que es realmente importante. Las técnicas que utilizamos en nuestra práctica diaria.
De manera específica, en las intervenciones terapéuticas con personas nos encontramos con la influencia de múltiples factores que no siempre somos capaces de controlar. Las personas somos seres en constante movimiento y múltiples factores nos influyen, para bien o para mal.
En nuestra búsqueda por facilitar un proceso terapéutico eficaz nos encontramos con infinidad de técnicas como posibles estrategias a seguir con la persona. En muchas ocasiones, nos encontramos con diseños de programas terapéuticos basados en un uso combinado de varias técnicas (a veces distintas, a veces similares). Ocurre que, tras la aplicación de dichos programas, la persona evoluciona de manera positiva y no siempre somos capaces de saber qué técnica ha sido más efectiva o de dónde han venido esas mejoras. Este hecho puede conllevar un aprendizaje en nosotros algo peligroso “todas las técnicas son efectivas”.
Puede ocurrir que una de esas técnicas sea más llamativa para nosotros y la verifiquemos, por error, tras su aplicación, si no aislamos el resto de variables que pueden influir en la persona (¿Sabemos aislar esas variables?). Eso puede ser un error porque desde ese momento estaré dando por valida una técnica que, tal vez, por si sola no sea efectiva o que sea dependiente de otros factores para alcanza su efectividad.
El peligro de esto ya no solo es que apliquemos de manera indebida una técnica sino que dejemos de aplicar otras que serían más efectivas o que restemos tiempo de aplicación al factor que realmente es efectivo. Ésto es peligroso porque muchas veces hablamos de técnicas que no tienen contraindicaciones pero si las usamos de forma inadecuada restamos tiempo a otras técnicas que si son efectivas y ese principio no lo deberíamos alterar nunca.
No me vale la idea de que “es difícil extraer todas las variables” para aplicar una técnica de la que no estamos realmente seguros excluyendo otras.
Me gustaría poner un ejemplo práctico de la vida diaria.
Imaginemos que una mañana me levanto a preparar el desayuno: pan tostado con tomate. Me surge la necesidad de lavar los tomates, dado que desconozco el proceso de manipulación de los mismos hasta que llegan a mi despensa. En ese momento me viene a la cabeza una idea práctica (una especie de juicio de experto, ya que desayuno eso todas las mañana y busco siempre los mejores tomates). Si lavo los tomates con agua caliente, la temperatura más alta podrá eliminar mejor bacterias que si lo hago con agua fría. Muy contento con mi razonamiento me lanzo a ello. Esa misma tarde, en una ferretería, descubro un aparato que se puede fijar en mi grifo y que permite obtener un flujo de agua más eficaz para limpiar los tomates. Tan contento con mi idea y con un aparato para motivarme aún más y hacerla más terrenal.
Todas las mañanas ejecuto la misma pauta y me siento mejor. Cuento a todos mis amigos la brillante idea y “les vendo” de maravilla ese aparato. Al final, el ferretero tan contento porque mi círculo de personas de confianza compran sin parar su aparato (diseñado para otra cosa, realmente) y la gente tan feliz teniendo sus tomates limpios. Todos mis amigos me invitan a sus casa para que les hable maravillas de mi nuevo protocolo de limpieza de tomates. De pronto, a uno de mis amigos, algo escéptico, se le ocurre hacer un experimento y demuestra que el tomate antes y después de la aplicación de mi protocolo de limpieza mantiene el mismo número de bacterias. Parece ser que, en mi buena idea, se me había olvidado ver aspectos como el tiempo de limpieza necesaria, comparar esos resultados con otros productos o si realmente la pistola difusora de agua era necesaria. Nadie va a morir por ello pero el hecho de que la gente me haya hecho caso ha evitado que usen otros productos más eficaces o que se hayan gastado el dinero en un aparato que realmente no vale para ello. No obstante, la opinión de mi amigo no influye mucho dado que la gente es feliz con mi protocolo, el cual se sigue aplicando. Seguramente se siga aplicando hasta que sea yo el que les proporcione otro protocolo dado que yo les ofrecí la seguridad inicial (he aquí la importancia de que aquellos que defienden una idea tengan la capacidad de autocrítica y de razonamiento constante). Probablemente mi idea de lavar los tomates sea el camino correcto pero haya que combinarla con algún producto para lograr mi fin. Hay que estudiarlo y demostrarlo.
¿Os suena de algo?.
Este simple ejemplo de unos tomates lo podríamos aplicar a muchas de las técnicas que usamos hoy en terapia. Ideales válidas que surgen de la experiencia de personas que controlan un tema y que comienzan a aplicar en su día a día. Pero no siempre esas técnicas se demuestran en su uso y eficacia. Técnicas que no siempre se demuestra su verdadera mecánica para aplicarlas de manera correcta.
Hoy en día, gracias a las redes sociales que nos interconectan, muchas ideas llegan a cualquier parte del mundo. Ideas que parten de la experiencia. ideas que se aplican a diferentes casos. Ideas que no siempre son estudiadas como han de estudiarse. Ideas que se venden (sin mala intención) sin saberse realmente como se pueden aplicar de forma eficaz y efectiva.
Como profesionales de Área específica contamos con la posibilidad d llevar a cabo un razonamiento efectivo en nuestra práctica diaria. Ello hace que se haga una combinación de técnicas en nuestras intervenciones siempre sujetas a un razonamiento clínico OBJETIVO (no lo olvides, cuantificar y medir nos ayudan a no caer en el vicio de los subjetivo). Mi razonamiento clínico influyen en mi intervención para aplicar técnicas que no se basen en el criterio de “A MI ME FUNCIONA” (eso está bien y denota cierta experiencia pero recuerdo que han de funcionarle a la persona y no a tí; tal vez a esa persona aún no la conozcas tan profundamente).
Muchas de las técnicas que conocemos hoy en día no tendrían la eficacia suficiente para aplicarse por si solas si hacemos un estudio eliminando otras variables pero ello no significa que no se pueden usar complementando a otras intervenciones y que pueden suponer un empujón a ciertas reacciones necesarias en la terapia.
Cuando nos preparamos para alguna técnica tenemos que tener claro (los alumnos) que no todo vale y que no existen los milagros, además de que (los docentes) se debe ser sincero en la explicación de dichas técnicas y combinar la experiencia con la evidencia y si no existen ambas tal vez hay que estudiarla más antes de promocionarla (eso no quita proponer su uso en pequeños grupos de trabajo especializados).
Tal vez si creáramos círculos de trabajo especializados y comprobáramos la aplicación real de ciertas técnicas y creáramos unos niveles de evidencia que no excluyeran pero si guiaran a los profesionales en el uso real de las técnicas, el profesional no se encontrara tan perdido a la hora de adquirir apartaste para su práctica diaria así como en la elección de sus flujos formativos. Muchas asociaciones cuentan con sus propios escalafones de evidencia científica de cara a poder clasificar los trabajos que emiten y las técnicas que utilizan. (Un ejemplo aquí)
Unámonos (soy un pesado con lo de unirnos, eh). Hagamos grande esta historia y creemos protocolos eficaces y certeros en nuestras terapias. Sintamonos seguros gracias al trabajo conjunto. Colaboremos y vayamos de la mano respaldados por una ciencia que tantos mensajes nos manda sobre su eficacia (y que no siempre estamos sabiendo leer).