La disfagia supone una imposibilidad para poder tragar, procesar o transportar los alimentos en todo el tracto digestivo, desde la cavidad oral hasta el estómago. Esta problemática hace que la persona que la sufre tenga problemas con determinados alimentos. Puede tener dificultades en el manejo de los líquidos y/o determinados sólidos, dependiendo de las características de los mismos. Lejos de esta definición estructural, la disfagia va mucho más allá y es capaz de alterar Actividades de la Vida Diaria, tales como comer, beber o lavarse la boca.
La persona que padece disfagia, a menudo, muestra ansiedad a la hora de comer (el estrés normal que sufriría cualquiera cuando tiene problemas para coordinar la respiración en el momento de tragar y no sabe si, en ese momento, sufrirá sensación de asfixia para poder deglutir el alimento), la capacidad para manejar y dominar los sabores se ve alterada (experimentando sensaciones desconocidas hasta el momento), tiene problemas para participar en su vida social de manera normal (comer fuera o elaborar un menú puede ser una tarea compleja) e infinidad de problemas individuales en cada caso dependiendo de la relación que tenga la persona con el alimento.
La disfagia, a pesar de aparecer en más de la mitad de las personas que padecen ictus y en prácticamente la totalidad de las personas que padecen enfermedades neurodegenerativas, es una gran desconocida en nuestra sociedad. Pregúntele a quien tenga a su lado ahora mismo “¿qué es la disfagia?” y, es muy posible, que esta persona no tenga muy claro de lo que está hablando.
Pues la disfagia existe.
Hoy os quiero proponer un nuevo término que sería necesario comenzar a implementar en nuestra práctica diaria.
“Barreras alimentarias”. La persona con disfagia ha de enfrentarse a infinidad de momentos y situaciones de su vida diaria que le dificultan establecer un rol más participativo en su día a día.Igual que una persona con movilidad reducida se encuentra con infinidad de barreras arquitectónicas que le impiden moverse con libertad en su entorno, la persona que padece disfagia se encuentra con otro tipo de barreras que le limitan igualmente.
Tenemos que tener en cuenta que la incapacidad para tener acceso a productos que permitan modificar los alimentos, no poder salir a comer fuera porque exista una escasa variedad de alimentos aptos para la persona disfagia en los menús de los restaurantes o problemas para localizar alimentos aptos en los supermercados suponen una serie de escaleras que, del mismo modo, una persona con movilidad reducida no podría flanquear.
Y, ¿cuál es la consecuencia?. La persona con disfagia deja de poder participar en diversos hechos sociales o tiene dificultades para disfrutar de los alimentos. Y eso es un problema. Problema que, a día de hoy, tiene bastante solución.
Estoy seguro que llegara un día que los restaurantes tendrán recursos suficientes para poder ofrecer menús más palatales y aptos para la persona que padece disfagia, que el SNS podrá financiar productos que permitan una adaptación más motivacional del alimentos, que los supermercados tendrán localizados productos de fácil deglución en su superficies ( por qué no, lo hacemos con los snack de insectos o tres productos no tan necesarios). La sociedad tendrá en su conocimientos normas estandarizadas como las que propone la IDDSI. En las casas se dispondrán menús inclusivos y no será tan raro elaborar menús de fácil deglución donde toda la familia participe.
Eliminemos barreras alimentarias. Luchemos para que las personas con disfagia pueda alcanzar una mayor calidad (y cantidad) de vida.
No es un futuro tan lejano. Eliminemos escaleras de nuestra alimentación.